Page 63 - Desde los ojos de un fantasma
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No es el momento de entrar en detalles más profundos acerca de la saudade. Tan

               solo diré que la saudade es una especie de melancolía bonita, un sentimiento que
               ayuda a equilibrar el espíritu, un estado del alma que te atrapa y te hace lanzar al
               viento suspiros tristes, pero al mismo tiempo te ayuda a darte cuenta de lo
               hermosa que es la vida.


               Algo así como lágrimas de felicidad horneadas con el calor que desprende una
               puesta de sol.


               Algo así es la saudade.

               Y es inevitable recordar aquí a otro escritor, Enrique Vila-Matas, quien escribió:
               “Lisboa es para llorar, también es fado y luz de lágrima. Ciudad azul de alegres

               nostalgias inventadas”.





               El sábado por la tarde, Juan Pablo y Enrique tenían la costumbre de encontrarse
               en la Oficina Esotérica. Una vez que el fadista terminaba su actuación se
               sentaban en una mesita cercana a la ventana, pedían un par de cervezas, y
               entonces el señor Alves le lanzaba a su amigo una frase al azar. Una frase que

               era como el primer jalón que se le da a una bola de hilo para irla desmadejando.

               Solo que aquí no había hilo sino palabras.


               —¿Y cómo va el disco?


               —Muy bien, creo que a la gente le ha gustado mucho. Con decirte que el martes,
               en el metro, una muchacha me reconoció y me pidió un autógrafo.


               —¿De verdad? ¿Y qué sentiste?


               —Fue algo muy extraño, una mezcla de vergüenza y felicidad.


               —¿Y qué hiciste?


               —Pues le hice un dibujito en su cuaderno y al lado puse mi firma, pero antes de
               dárselo le pedí que ella también me diera su autógrafo. Mira, aquí está —
               anunció Juan Pablo mientras extendía un arrugado papel con la firma de una
               joven que parecía llamarse Polina (no se entendía muy bien porque la firma
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