Page 67 - Desde los ojos de un fantasma
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local, decepcionado, apagaba el aparato—. Cuando fui a París no se escuchaba
otra cosa. Es una plaga mundial. La llaman “la invasión de los besitos de
plástico”. Al principio parecía una moda pasajera, pero ahora me doy cuenta de
que es algo que debería preocuparnos.
—¿Por qué tanto escándalo por un grupo musical? —preguntó Enrique.
—No estoy tan seguro de que los Smileys sean solamente un grupo musical. Hay
comida Smileys, parques Smileys, ropa Smileys… Es más, en Moscú acaban de
inaugurar un cementerio Smileys.
—¡Un cementerio!
—Le dicen “el cementerio de los muertos sonrientes”.
—Lo que me parece extraño es que yo no los conociera —dijo Enrique
genuinamente sorprendido.
—Aquí en Lisboa aún no son muy famosos.
—No son conocidos y ya están en todas las estaciones de radio —interrumpió
João la charla de sus amigos—. Entonces, cuando de verdad sean famosos
tendremos que derribar la Torre de Belém y colocaremos en su lugar unos
gigantescos labios de plástico que hagan “¡muac, muac, muac!” cada vez que
pase un barco.
—Pues cosas parecidas ya han comenzado a suceder en otras ciudades.
—¡Anda ya!
—De verdad —respondió Juan Pablo en un tono muy serio—. Creo que no
debemos tomar a la ligera este asunto. Hace apenas un rato estábamos platicando
de la misteriosa sombra que sentimos en el ambiente.
—¿Crees que los Smileys tengan también que ver con lo de las falsas sonrisas?
—¡Caramba, Enrique! ¿No te dice nada el nombrecito: Smileys? En inglés,
smileys querría decir algo así como “las sonrisitas”. A mí me parece que no se
trata de una coincidencia —anunció Juan Pablo.