Page 72 - Desde los ojos de un fantasma
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COMO CADA tarde, Fernando salió del sótano del ascensor de Santa Justa.
               Llevaba en el brazo una canastilla de la que asomaban tres botellas. Fernando era
               un niño flaco y elegante. Aunque sus ropas parecían más bien de una época muy

               lejana. Del tiempo en que los abuelos de nuestros abuelos eran niños.

               Digamos que Fernando era un lápiz antiguo que iba vestido de fiesta. Caminó
               unas cuantas cuadras y llegó a la Casa Chinesa. A esas horas el servicio de

               restaurante ya se había suspendido. Sobre las mesas se podían ver, patas arriba,
               las sillas que habían soportado el peso de los traseros de los comensales. Parecía
               que en esa posición las sillas daban descanso a sus traqueteadas patas. Los
               manteles, por su parte, adornados con manchas de salsa o vino, dormitaban
               amontonados en un rincón, como fantasmas viajeros que hubieran perdido el tren
               nocturno y ahora tuvieran que esperar el amanecer dormitando incómodos en la
               estación.


               Fernando saludó con una amplia sonrisa a Amanda, una de las camareras del
               lugar, quien, solitaria, daba cuenta de un enorme plato de arroz con pescado. La
               joven levantó un vasito de vino tinto en señal de saludo.


               Fernando entró en la cocina y allí se encontró con Lucino Martins, el gerente de
               la Casa Chinesa.


               —Aquí tienes tu pedido —anunció el niño mientras colocaba una de las botellas
               sobre la mesa.


               Era una botella de vidrio claro. Delgada y de unos veinte centímetros de altura.
               Estaba coronada con un corcho negro que la dotaba de una misteriosa
               personalidad. Adentro se podía ver un líquido oscuro. La etiqueta tenía escrita
               una única palabra seguida de un número.


               La botella que Fernando había colocado frente a Lucino decía: SAUDADE
               2004.


               —Creo que este será el último pedido que me entregues —dijo Lucino con tono
               desolado, para después señalar con un movimiento de cabeza una pequeña cava
               en la que se apilaban otras botellas de saudade. Cuatro de ellas permanecían
               cerradas. La que estaba abierta, casi llena, tenía en lugar de corcho una especie
               de gotero.
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