Page 75 - Desde los ojos de un fantasma
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Fernando salió de la Casa das Bifanas y cruzó la calle para sentarse en un banco

               de la Plaza da Figueira. Varios niños en patineta participaban en una improvisada
               competencia acrobática. Se deslizaban sobre el asfalto para ganar velocidad,
               después daban un salto para que la patineta siguiera avanzando, pero ahora sobre
               una barra de metal, y al final debían volver a tierra firme sin perder el equilibrio.


               Evidentemente, muy pocos lograban la hazaña.

               Casi siempre el intento terminaba en un rotundo fracaso y el pobre muchacho

               quedaba tirado en el piso adolorido de un tobillo o del brazo, o limpiándose la
               sangre de una rodilla pelada. Sin embargo, después de un rato de sufrimiento el
               lesionado tomaba de nuevo la patineta e intentaba un salto aún más complicado
               que el anterior.


               “Pues a mí me parece que ellos están muy alejados de la alegría artificial”, pensó
               Fernando. Todavía se quedó un rato mirando el ir y venir de las patinetas,
               escuchando el golpe seco de las tablas sobre el piso, las risas, los gritos de
               admiración y los lamentos.


               “La vida es una gigantesca tarde en patineta”, susurró por lo bajo. Luego repitió
               la frase dos veces más y se dio cuenta de que aquel era el pensamiento más tonto
               que se le había ocurrido en toda la semana. Se levantó del banco y se perdió
               rumbo a la pensión Nova Goa.






               En la Nova Goa don José y don Antonio, encargados de la recepción,
               protagonizaban el decimocuarto altercado de la tarde. Trataban de ponerse de
               acuerdo sobre el color de las medias que debían usar los jugadores del Sporting
               de Lisboa, equipo al que los dos amaban por sobre todas las cosas. Lo curioso
               era que a pesar de defender los mismos colores, don José y don Antonio nunca
               lograban ponerse de acuerdo con respecto a su equipo.


               —No pueden usar otra cosa más que las tradicionales medias rayadas porque son
               el sello característico del Sporting —sentenció don José.


               —¡Esas rayas son el sello característico del mal gusto! —lo retó don Antonio.


               —¿Y te atreves a decir que amas al Sporting?
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