Page 74 - Desde los ojos de un fantasma
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señoras encopetadas exigían una copa de cognac que Lucino Martins extendía

               simultáneamente.

               Eran dos o tres horas de una constante animación. Sin embargo, cerca del
               anochecer, había un momento de tranquilidad en el que Lucino dejaba encargada

               la barra con la cocinera y, trastabillando por los pasillos de los diferentes
               vagones, llegaba hasta la parte trasera del tren, en donde había una especie de
               terraza. Sacaba un cigarro y luchaba contra el viento para poder encenderlo;
               después extraviaba la mirada en el paisaje que iba dejando atrás.


               El rítmico sonido de la máquina sobre los durmientes se convertía en el tic tac de
               un reloj móvil y de acero: el mismo tren. Un reloj que no marcaba horas ni
               minutos sino años. “Llevo veinte años en este eterno viaje entre Lisboa y Madrid
               y aún no logro llegar a ningún lado”, pensaba Lucino al dar la última calada al
               cigarrillo.


               Después de unos instantes lanzaba un suspiro y también la colilla del cigarro,
               que como un diminuto cometa iba a perderse, vía abajo, en dirección a los
               durmientes.


               Lucino Martins regresó al vagón-cafetería del pasado al mismo tiempo que
               volvía también a la cocina del presente, la de la Casa Chinesa, para descubrir que
               Fernando ya había desaparecido.






               Se deben actualizar los datos de la página 61, ya que en París ha sido inaugurada
               una nueva estación de metro. De esta forma llegamos a 378.


               La estación, por cierto, queda a unos pasos de la casa de Angelina la niña loba.





               Las otras dos botellas que el pequeño cargaba en la canasta corrieron la misma
               suerte: fueron las últimas que aceptaron los clientes. Los encargados del Café
               Portela y de la Casa das Bifanas repitieron excusas casi idénticas a las de Lucino

               Martins. En pocas palabras, las personas ya no querían saber nada de la
               melancolía; ahora adornaban sus rostros con sonrisas plásticas, idénticas a los
               besitos que iban esparciendo los Smileys por el mundo.
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