Page 78 - Desde los ojos de un fantasma
P. 78

—Y de pronto, cuando los húngaros iban a cobrar un tiro de esquina, estalló el

               radio.

               —¡Va a rematar Halapi, la Torre de Budapest! —imitó don Antonio la voz de un
               narrador radiofónico citando las últimas palabras que surgieron del aparato.


               —Y entonces, ¡plash! Explotó el radio, te entró un ataque de histeria y te soltaste
               a llorar —recordó don José con toda la naturalidad del mundo. Como si no
               supiera que esas palabras, por cierto completamente apegadas a la realidad,

               habrían de desatar la violenta protesta de su compañero de recepción.

               —¡Quien se puso a llorar fuiste tú!


               —Te tuve que dar un par de cachetadas para que pudieras entrar en razón.


               —¡Quien te tuvo que golpear fui yo! —continuó Antonio con su reproche—.
               Incluso te levanté en vilo, como si fueras un costal, y te conduje hasta el
               departamento de mi tío Roque, porque sabía que allí también estarían
               escuchando el partido.


               —Estás equivocado: fue en casa de mi tío Rui donde nos enteramos… —
               entonces don José hizo una pausa para rectificar— …en donde me enteré de que
               el ataque de la Torre de Budapest no había tenido consecuencias para la portería
               del Sporting…


               —…y que la Recopa se definiría en un tercer partido que se jugaría dos días
               después en Amberes —continuó don Antonio la idea, para dejar atrás el
               tenebroso asunto del ataque de histeria que había sufrido.


               —Por lo tanto teníamos cuarenta y ocho horas para conseguir un lugar en donde
               escuchar el partido.


               —¿Por qué no podíamos haberlo oído en casa de tu tío Rui? —preguntó don
               Antonio, como si aquel suceso no hubiera sido protagonizado precisamente por
               él.


               —No se podía —respondió don José—, porque apenas entramos, todavía bajo
               los efectos de tu ataque de histeria, te abalanzaste contra una horrible estatua de
               Cupido que en tu delirio confundiste con Halapi, el delantero de los húngaros.
   73   74   75   76   77   78   79   80   81   82   83