Page 82 - Desde los ojos de un fantasma
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metálicos. Fernando se encontraba tan absorto con el paisaje que no oyó que
alguien salió silbando del baño de la habitación. Era uno de esos hombres de
edad inclasificable; venía envuelto en una raída bata de baño y usaba lentes a
pesar de haber abandonado la ducha hacía apenas unos segundos. No era hombre
pastelillo ni peluca afro ni espejo de mujeres misteriosas ni lámpara de pie ni
bota de basquetbolista zurdo ni corbata en mocasines ni huevo de pascua
endomingado. Digamos que era la mezcla exacta entre un profesor de
matemáticas y un poeta sin sombrero.
—Lisboa al atardecer parece una ciudad de pan —saludó el hombre con toda
naturalidad, como si fuera normal encontrarse un intruso en su habitación de
hotel.
—De pan y nata como los pastelitos de Belém —dijo el pequeño sin dejar de
mirar el paisaje.
—Me llamo Ricardo y los negocios me han traído hasta Lisboa.
—Yo soy Fernando y he estado aquí desde siempre.
El viajero se vistió con unos vaqueros desgastados y una playera que anunciaba
una reserva de elefantes en algún punto perdido de África. Permaneció descalzo.
—¿Cuáles son tus negocios? Nada más falta que vendas alegría artificial
embotellada o discos de los Smileys —dijo el pequeño después de un rato
temiendo que el trabajo del viajero tuviera que ver con algún producto de esos
que estaban alterando el espíritu de las personas.
—Soy creador de palabras —le anunció Ricardo.
—¿Creador de palabras? —exclamó asombrado Fernando.
—Así es, les doy nombre a las cosas nuevas —comenzó a explicar el viajero—;
al mismo tiempo invento palabras y busco objetos que merezcan llamarse así.
Hace rato mirando por esa misma ventana inventé una palabra.
—¿Cuál?
—Trombolín.