Page 85 - Desde los ojos de un fantasma
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Quizá era la carga de haber creado sin querer algo que podría causar sufrimiento
o dolor. Igual que sentiría alguien que por estornudar provocara un huracán: la
triste historia de una mini tormenta de mocos que con el paso del tiempo acabara
arrasando un archipiélago en las Antillas. Si un aleteo de mariposa puede desatar
una tormenta, qué no podrá lograr un estornudo; qué no podrá lograr una palabra
que nada más nacer ya produce miedo. Tenía razón Ricardo: es mejor que se
quede guardada para siempre, que no existan labios que la dejen escapar.
—Yo soy un fantasma —anunció Fernando muy quitado de la pena cuando la
noche ya había caído y la luz de los faroles inundaba de oro la ciudad. De noche
Lisboa es dorada, del color de una moneda vieja alumbrada por el fuego.
—Ya lo sabía.
—Entonces es muy raro que no te haya dado miedo.
—Viajo por todos lados y siempre llego a pensiones como esta. He conocido a
decenas de fantasmas. Ya estoy acostumbrado.
La explicación de Ricardo tenía que ver con el hecho de que los fantasmas se
sienten muy a gusto en pensiones y hoteles. Como la gente que llega a estos
lugares por lo general viene de paso, no repara en presencias extrañas. Confunde
a los fantasmas con trabajadores o huéspedes, y así los espectros pueden gozar
de una relativa tranquilidad. Para recamareras, botones y encargados de
recepción, un fantasma es tan común a su trabajo como una maleta olvidada.
—Soy repartidor de saudade —comenzó a explicar Fernando.
—Saudade… exquisita palabra… —Ricardo cerró los ojos para paladearla como
si se tratara de un delicado sorbo de vino. Después la repitió varias veces, cada
vez más bajito—. Saudade… saudade… saudade… saudade…
—Pero últimamente las cosas no van bien —continuó el fantasma—, cada vez
reparto menos botellas. Por todos lados se habla de algo extraño que flota en el
ambiente. Una energía oscura.
—¿Y alguien ha nombrado esa energía? —preguntó el creador de palabras
regresando del estado de ensueño que le había provocado la saudade.