Page 65 - Desde los ojos de un fantasma
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—¿Por qué los domingos?
—Los domingos eran para mí el día más triste. Depositar la pastillita sobre la
tierra me alegraba un poco las cosas. De verdad, Enrique, las flores de doña
Beatriz me salvaron la vida.
—Y ahora se han ido —dijo reflexivo el señor Alves para después continuar
exponiendo sus preocupaciones—. Pero no es solo eso, he notado que las
personas llegan al Conversario con una extraña mueca en la cara. Ellos creen que
es una sonrisa pero a mí me parece otra cosa. Ese gesto no me gusta nada.
—No es la primera vez que escucho algo parecido. Los magos que vienen aquí
se quejan de lo mismo. Como si una sombra de falso optimismo hubiera caído
sobre el mundo.
—Eso es exactamente lo que siento. El encargado del café que han abierto en
lugar de la florería sonreía artificialmente.
—También dicen que a pesar de todo, en Lisboa estamos en la gloria. Parece que
ese asunto de las falsas sonrisas es un fenómeno mundial. Una epidemia que lo
está abarcando todo.
—¿Qué es todo?
—El mundo entero —explicó Juan Pablo mientras hacia un ademán que parecía
abarcar el infinito.
Ambos amigos regresaron al silencio. A un sustancioso silencio en compañía.
Casi me dan ganas de dar vuelta a la página y dejar a ambos personajes aquí, en
su minúscula mesita de la Oficina Esotérica, sumidos en sus pensamientos
mientras alimentan con su silencio el verdadero espíritu de la amistad. Casi me
dan ganas de abandonarlos por un instante o congelarlos para siempre como lo
haría un pintor, o como lo haría el mismo Juan Pablo si tuviera a mano una hoja
de papel para escribir una canción acerca de un par de amigos que contemplan el
universo desde la barra de un bar y entre los dos reina el silencio…
…pasó el silencio como pasa una tempestad de flores transparentes y entonces
las palabras regresaron.