Page 126 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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después de un largo rato, al reponerse del ataque de risa.


               —¡Cómo crees! Nada más te estaba siguiendo la corriente, ya sé lo bromista que
               eres —respondí con el orgullo francamente lesionado y sin saber exactamente en
               dónde se escondía la gracia del asunto.


               —La verdad es que mi experiencia me indica que no existen fórmulas mágicas
               para escribir un libro. Eso de la inspiración es casi un mito, y mira quién te lo
               dice. El secreto para poder realizar con éxito cualquier actividad, desde cambiar

               un foco o preparar un examen de matemáticas hasta escribir una sinfonía o
               proyectar los planos de una catedral, se encierra en una sola palabra.

               Yo sentía a tope el latir de mis corazones. Estaba a punto de serme revelada una

               verdad muy importante, pero Erato de nuevo llenó con su silencio la línea de la
               bola de cristal.

               No quise importunarla y esperé paciente.


               —¿Sabes? —dijo después de un rato—, creo que estoy desobedeciendo mi
               contrato con los escritores. Ya te he dicho demasiado.


               —Una palabra, Erato. Dime una palabra nada más —le rogué para que me
               revelara el secreto.


               —¿Una palabra?


               —Sí, por favor.


               —Cuenta.


               —¿Y eso qué? —pregunté confundido.


               —Me pediste una palabra y yo dije cuenta. Ésa es una palabra, ¿no? Y en esta
               nueva frase ya llevo exactamente veintidós palabras más y sigo contando:
               veintiocho, veintinueve… —después de otra kilométrica carcajada Erato
               continuó con el enigma—: No te olvides de aquel número, Chong Lee,
               ¡veintidós! Y es más, para que seas favorecido con la magnanimidad de una
               musa te diré otras tres palabras: lingotes de oro.


               —¿Cuenta, lingotes de oro y veintidós? —reflexioné unos segundos; creí
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