Page 32 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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POR aquellos días yo pasaba una época muy complicada: mi vocación artística
estaba en crisis y además llevaba mucho tiempo sin poder ver al amor de mi
vida, la bella Grete Nikolaievna.
Por eso en esa triste temporada mi única ocupación diaria consistía en vagar por
aquí y por allá sin un rumbo determinado. Lo que trataba de lograr con aquellos
paseos a las horas más inconvenientes de la noche era burlar a la memoria.
Imaginaba que el recuerdo de Grete me iba siguiendo unos pasos atrás y que si
yo daba un giro inesperado en algún momento en que mi memoria estuviera
distraída, podía perderla para siempre.
Caminaba largas horas por panteones y museos, que son lugares en los que el
recuerdo tiene mucha demanda, y por lo tanto era muy fácil que allí el mío
tuviera algún instante de descuido.
Nunca volteaba hacia atrás. Igual que cuando pasas cerca de un perro echado
pero con cara de amenaza: sientes que con cada paso el peligro va quedando
atrás, aunque no sabes a ciencia cierta si el animal se ha levantado y está a punto
de tirar la mordida o si continúa echado en la distancia.
Iba nervioso entre lápidas y cuadros de batallas perdidas soñando que había
logrado dejar atrás a mi perseguidor. Pero siempre, al trasponer la barda del
camposanto o la puerta del museo, apenas con el rabillo de la memoria lograba
distinguir un trazo de la mirada de Grete y sabía entonces que seguía preso de
una persecución sin fin. El recuerdo no me dejaba en paz.
Es raro, porque ya he dicho que los de nuestra estirpe no solemos cargar con los
fantasmas del pasado (perdonen pero no encuentro otra expresión mejor para
darme a entender). Mis congéneres dejan que las cosas fluyan, todo se les
resbala, nada les preocupa. Pero yo me cuezo aparte: algo se mete en mi cabeza
y, en lugar de encontrarle la gracia, me provoca sufrimiento.
Los de mi linaje son (todos menos yo) de carácter etéreo, suave.
Todos menos yo.
Todos menos yo.
Todos menos yo.