Page 68 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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Después de un rato todo movimiento se frenó. Sentí que a la colección de

               calzones y a mí nos depositaban sobre una superficie muy fría.

               —Pregúntale a la señora Luisa si quiere que también planchemos la toalla del
               perro —escuché que decía una de las jóvenes y sentí entonces unos pasos que se

               alejaban con rapidez.

               Plancharme a mí, ¡pero qué tontería! Si tengo alguna cualidad (tengo
               muchísimas, pero así se dice) es la del buen gusto: “ninguna mancha ensucia mi

               vestido, ninguna arruga descompone mi tersura, ninguna palmera paga sus
               compras con tarjeta de crédito” (éste es otro de mis lemas, que, como podrán
               notar, está dividido en dos: la primera parte para asuntos que tienen que ver con
               la galanura, y la segunda parte que no sé muy bien para qué me pueda servir).


               En fin, si la intención final de estas mujeres era plancharme como si yo fuera una
               simple camisa arrugada, no tendría otra escapatoria que darles un susto de
               antología. Por nada de los mundos (fantasma y humano) iba a permitir aquel
               atropello.


               Sin embargo, estaba muerto de pánico porque a diferencia de mis congéneres
               (otra vez aquello de “Todos menos yo”) a mí me llena de pavor espantar a la
               gente.


               Pasó un tiempo y nada sucedía. Incluso llegué a pensar que habían dejado el
               asunto de la plancha para más tarde y hasta tuve la esperanza de escapar sin
               ningún apremio. Pero sentía que una de las jóvenes aún permanecía cerca de mí.
               Su presencia era notoria. Por eso, tratando de no llamarle la atención, empecé a
               escalar, poco a poco, hacia la superficie de la palangana. Protegido por un calzón
               de Javier que me permitió camuflarme a la perfección, asomé un ojo. Lo que
               pude ver me dejó atónito: en ese momento Luisa se acercaba al recipiente donde
               yo estaba escondido, con una cara tan horrible que habría hecho temblar de
               miedo al fantasma más valeroso. Pero por fortuna se detuvo de golpe apenas
               unos dos metros antes de llegar a mi escondite.


               —¡A quién se le ocurre mezclar la toalla sucia del perro con la ropa de mi
               familia! —exclamó en un tono de verdadera molestia—; si mi esposo se entera,
               sentirá que todas las infecciones del mundo han caído sobre su piel.


               —Lo que pasa, señora —dijo Juanita intentando dar una explicación—, es que…
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