Page 69 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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—Lo que pasa —interrumpió Luisa—, lo que de verdad pasa en esta casa es que
ustedes no entienden lo que es el Gran Arte.
—No, pues la verdad no —contestó Florencia, pero sus palabras fueron
ignoradas por Luisa, quien fuera de sí continuó con su malhumorado discurso.
—El Gran Arte soy yo, y mis pinceles son el medio por el que la exquisitez se
instala para siempre en el lienzo. Un tornillo de dos y media pulgadas es el
objeto que da rienda suelta a la posibilidad más alta de la belleza. Allí está un
triste tornillo, olvidado en una caja —exclamó con emoción la artista plástica,
mientras señalaba un punto impreciso—, pero basta tan sólo que pase primero
por mi vista y después por mi trazo alegre para que se transforme en perfección.
Pero claro, eso a ustedes no les importa nada y me sacan de mis meditaciones
para decirme que no saben si planchar o no una toalla. ¡Frenar el rumbo de la
historia del arte por una toalla sucia, arrugada y maloliente!
(Yo iba a protestar porque me parecía una grosería que me definiera de aquella
forma, pero mi conciencia, cosa extraña porque ya conocerás de lo que es capaz,
me aconsejó prudencia.)
—Señora, usted no estaba pintando. Estaba sentada en la mecedora leyendo el
último número de Chismes y Maledicencias.
Entonces Luisa dejó atrás las palabras encendidas y adoptando un tono
conciliador abrazó maternalmente a una de las jóvenes. Con una sonrisa irónica
dibujada en el rostro, continuó con sus palabras:
—Mira, Juanita. Escucha, Florencia. Una vez le preguntaron a Pablo, padre de
Las señoritas de Avignon y del Guernica, cómo acostumbraba pintar. Pablo dijo:
“Lo primero que hago es sentarme en una silla”. El periodista que había
formulado la pregunta exclamó: “Maestro, no sabía que usted pintara sentado”.
Y el gran Pablo, con su gracia de siempre, contestó: “No, señor, yo no pinto
sentado; en el arte lo primero es el tiempo de la reflexión”.
Luisa le guiñó el ojo a la joven que tenía abrazada, mientras que con el dedo
índice se señalaba insistentemente su propia sien, en ese chocante gesto que es
una especie de invitación a pensar.
—¿Ya lo viste, mijita? Todo es reflexión, sabia y pura reflexión. Me marcho.