Page 67 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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—Mira, manita, se cayó una toalla —dijo Florencia.


               En ese momento yo me desperté, pero ya era muy tarde para intentar huir (debo
               aclarar que la toalla de la que hablaba aquella mujer era yo).


               —Sí, pero no se me hace conocida, tú.


               —A mí tampoco, tú.


               —Ha de ser con la que secan al perro, tú.


               —Chance, tú.

               En ese instante sentí cómo una de las jóvenes me tomó por el cuello y me lanzó

               al fondo de la palangana. Después cayeron sobre mí innumerables prendas de
               vestir, y a continuación sentí que alguien levantaba el recipiente y nos conducía
               (a mí y a toda la ropa interior de la familia Isla) hacia un destino misterioso. Los
               corazones me latían a mil por hora porque, como ya he dicho, soy un fantasma al
               que no le gusta molestar a la gente. Ni modo de levantarme de entre aquel
               roperío, lanzar un enorme ¡buuuuuuuuuuu! y después perderme levitando rumbo
               al cielo. Ése nunca ha sido mi estilo. Las jóvenes subían escaleras, recorrían
               pasillos que a mí se me hacían interminables y de pronto tenían breves diálogos
               como éste:


               —Juanita, ¿y cómo te fue con el Fermín? ¿Ya lo conquistaste?


               —Más o menos, tú.


               —Tengo un libro que te puede ayudar, tú. Se llama La flecha certera de Cupido o
               cómo conseguir pareja en treinta días.


               —Se oye rebueno, luego me lo prestas, tú.


               —Órale. Para que acabe de caer redondito.

               Y allí iba yo trepado en la palangana, con un temor que se acrecentaba a cada
               instante porque no tenía la menor idea de hacia dónde me estaban conduciendo.
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