Page 153 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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—Pues no me interesa venderla ni ahora ni nunca —dije.
—Ah, claro… ¿es porque vive adentro el fantasma del tío? —preguntó mi padre.
—¿Te acuerdas dónde está el teléfono de la psicóloga? —le murmuró mi madre.
—No es por ningún fantasma —aclaré—. Quiero rendirle un homenaje a mi tío
por su carrera de investigador de lo paranormal y recolector de historias. Pienso
convertir la casa en un museo.
—¿Un… un museo? —mi padre repitió atónito—. Tito, no hablas en serio. No
estás bien.
—Se llamará el “Museo del Doctor Catafalco” —anuncié feliz.
Mi madre intentó convencerme de que era un disparate, que con el dinero del
terreno podría pagar mi ortodoncia, comprarle un coche nuevo a mi papá, hacer
un viaje y hasta tener ahorros para la universidad. Al final, luego de tres horas,
sin hacerme cambiar de opinión, mi padre se derrumbó en una silla.
—¡Heredó el gen del tío! —sollozó con las manos en la cabeza—. ¡Otro loco en
la familia!
Jamás di el permiso y por lo tanto, nunca pudieron demoler la casa del tío
(bueno, mi casa). También ordené que quitaran los candados y de inmediato
pude entrar para seguir organizando los trebejos. El Museo del Doctor Catafalco
sería espectacular.
Y una tarde, mientras sacudía la colección de amuletos mayas, escuché un ruido
en una ventana. Se trataba de un avioncito de papel que se había atorado. Al
desdoblarlo descubrí que era una postal, de un lado se veía una linda playa y del
otro leí: “Saludos desde Guayabitos”.
Era la letra del tío Chema.
Supuse que debía de estar de gira en la casa del compadre Agustín Melitón;
estaría recorriendo el país, asustando y reuniendo nuevas historias, de las
mejores, de esas que hacen sentir un hielo en la espalda, revitalizan la sangre y
encienden el ánimo.