Page 150 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Me senté en la banqueta con el corazón más arrugado que una pasita navideña.

               No sabía qué pensar… ¿Por qué el tío Chema no quiso aparecer frente a mis
               papás? ¿Deseaba quedar en el anonimato? Es posible, siempre demostró ser un
               fantasma muy pudoroso… si así era, lo podía perdonar; pero ¡irse sin decirme
               nada a mí! ¡Ni una notita! ¡Después de todo lo que trabajé en su casa! Me
               parecía muy injusto. ¿O no tuvo tiempo? Tal vez escapó a toda prisa cuando vio
               que sellaban la entrada de su casa… ¿A dónde se fue? Y sobre todo, ¿iba a
               volver? No era justo que se fuera sin completar algunas historias pendientes.


               Regresé a la escuela sintiéndome más triste y desgraciado que la protagonista de
               una telenovela.


               Pasaron cuatro semanas, volví a mi vida normal y hasta me inscribí a clases de
               futbol por las tardes. Con el paso de los días los cuentos del tío Chema los
               recordaba como parte de un sueño. No podía creer que hubiera platicado con un
               fantasma y hasta empecé a dudar. ¿Y si la psicóloga tenía razón? A lo mejor todo
               fue mi imaginación… Entonces, una tarde, cuando pensé que ya no me pasaría
               nada emocionante en la vida, al entrar a la casa percibí el olor del famoso té
               Tranquildim, el de siete azahares y tila extra concentrada.


               Me asusté muchísimo. Y es que en mi vida solo he visto a mis padres tomar ese
               té dos o tres veces, y después de algo muy grave. Hablaban en voz baja y cuando
               entré a la cocina guardaron silencio.


               —¿Qué pasó? —pregunté con el corazón acelerado.


               —Nada… ¿por qué lo preguntas?… —Mi padre intentó sonreír, sin conseguirlo.


               —¿Qué estás tomando? —Señalé mirando una taza vacía.


               Mis padres volvieron a murmurar algo, se dieron codazos hasta que al fin, mi
               madre me tomó del hombro.


               —Tito, será mejor que te sientes —dijo con voz rasposa.

               Tomé asiento enfrente. Los dos tomaron su taza vacía. Ahora sí que estaba

               asustado.

               —Acaba de llegarnos una noticia… —continuó mi madre nerviosa—. Verás…
               Tito… encontraron el cuerpo del tío Chema…
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