Page 152 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Mis padres ya no pudieron evitarlo y lanzaron un gritito de emoción. ¡Eso es lo

               que los tenía tan alterados! ¡Estaban felices!

               —Claro, hay que esperar a que cumplas los dieciocho años —explicó mi madre,
               nerviosa.


               —Aunque puedes autorizarnos para que cerremos el negocio por ti —sugirió mi
               padre.


               Me sentí profundamente conmovido y hasta se me resbaló una lagrimita
               solitaria.


               Mis padres me abrazaron creyendo que compartía su emoción por el asunto del
               edificio de oficinas, pero yo estaba pensando en otras cosas, en los trebejos, en
               lo que mi padre llamaba basura, en el guaje de Pablito Bustos, en el salvavidas
               original del Titanic, en la barba falsa, en aquel zapato con moho, las bacinillas
               con frutas cristalizadas, los abriguitos para perro, las envolturas de chicles de

               maracuyá, el jabalí disecado con ojos de vidrio, la banda que decía “Señorita
               Nayarit 1951”; el muñeco de cera del emperador Maximiliano; el temible oso de
               felpa y los centenares de reliquias que guardaba la casa. Cada objeto tenía una
               historia fascinante detrás, ¡eran un verdadero tesoro!, pero lo que más me
               conmovió fue darme cuenta de que nunca estuve aseando ni ordenando la casa
               de mi tío ¡siempre fue mi propia casa!, aunque el tío Chema no lo dijera
               entonces.


               No necesitaba ninguna otra prueba, mi tío me enviaba un mensaje. Confiaba en
               mí, siempre lo hizo.


               —No quiero vender la casa —dije.


               Mis padres se pusieron pálidos, a mi madre se le resbaló la taza y mi padre casi
               se traga una cucharita.


               —Creo que no entendiste, querido —sonrió mi madre, tensa—. Aunque eres
               menor de edad puedes autorizarnos para que vendamos la propiedad, ahora
               mismo, y…


               —Entendí perfectamente… La casa es mía, ¿no?

               Mis padres asintieron cada vez más pálidos y ya sin la gran sonrisa de hace rato.
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