Page 22 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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CALIDAD Y DIVERSIÓN PARA LA FAMILIA MEXICANA
Como es natural, estaba sorprendido. No tenía idea de que había una fábrica de
fantasmas llamada Spectra S. A., ¿y qué era eso de “modelo”? ¿Y el “manual de
uso”? ¿Y el “proveedor de confianza”? No encontré ningún otro pergamino que
lo explicara.
Sin embargo allí estaba lo principal: podría lograr que Leopoldo diera señales de
vida, es un decir, claro. Recordé que la mujer me advirtió que no “le hiciera
cocimientos”, pero era como regalarle un bistec a un perro y esperar que no se lo
comiera. Además ¿qué tan malo podría ser? Según el instructivo Leopoldo
provenía de una distinguida fábrica que hacía productos de alta calidad.
Emocionado, seguí al pie de la letra la receta para “activar” al fantasma, tuve
algunas dudas que resolví sobre la marcha, por ejemplo calenté el vinagre para
mezclarlo mejor con la tierra y como no encontré sal gruesa usé sal común. Y
así, al cabo de unos días ya estaba enjuagando a mi fantasma en la despensa.
Subí al espectro a la azotea para tenderlo a la luz de la luna, y justo cuando
terminó de secarse… sucedió.
Los ojos de Leopoldo dejaron de dar vueltas como vaca hipnotizada y luego
flotó reconociendo los alrededores. Al final se detuvo frente a mí. Me había
reconocido como su dueño y esperaba mis órdenes.
Sus pupilas tenían un brillo verdoso, atento.
¡Qué diferencia! En tan solo dos días mi fantasmal mascota aprendió una docena
de trucos. Yo arrojaba cualquier cosa al aire, un trozo de leña o mis aromáticos
calcetines, y él se lanzaba a recogerlos antes de que tocaran el suelo; también
corría a mi lado cuando chasqueaba los dedos y con una de mis órdenes se
mantenía quieto. Lo más importante es que se comportó como un verdadero
fantasma.
Aunque seguía sin hablar, Leopoldo lanzaba unos bufidos bastante siniestros,
cruzaba las paredes sin problema y se hacía tan transparente que pasaba por
invisible. Mis amigos al fin me respetaron, y cómo no, si yo amenazaba con
enviarles a mi mascota de noche para que les jalara la cobija o les pellizcara la
rabadilla. Pronto todos los niños del rumbo me obedecían en todo, me prestaban