Page 26 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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evitado lo que vino a continuación. Fue tremendo.


               Ese fin de semana llegó de visita mi tía Tacha. Según los rumores estaba
               infiltrada en la Guerra Cristera y se dirigía a Fresnillo para entregar un
               cargamento de chinampinas a un grupo de monjas rebeldes. La tía Tacha era una

               mujer aventurera y algo deslenguada. Desde el principio criticó a mi mascota
               diciendo que era abominable y que, de paso, debían hacerme un exorcismo.

               —Por favor tía, no se meta en lo que no le importa —la previne—. No sea

               pesada o se puede arrepentir.

               —Eres un niño respondón y maleducado — exclamó escandalizada—.
               Seguramente tus padres no te azotan como es debido; pero ya me encargaré yo…


               Mi tía no pudo cumplir su palabra porque a la hora de la merienda, justo después
               de su siesta, sucedió algo extrañísimo.


               —Tacha, querida, ¿te sientes bien? —le preguntó mi madre preocupada—. No
               tienes buen color.


               —Me siento perfectamente —gruñó la tía y se dirigió al espejo.


               Entonces lanzó un horrendo grito.


               Mi madre tenía razón, la tía Tacha no tenía buen color, de hecho no tenía
               ninguno. El pelo se le había vuelto blanco, la piel tenía el tono de la cera cruda y
               sus ojos estaban rojos, como de conejo tierno. Algo le hizo Leopoldo que la dejó
               completamente descolorida.


               Después de ponerse tizne de carbón para darse algo de colorcito, la tía Tacha
               renunció a la guerra y se marchó a su casa, no sin antes acusar directamente a
               Leopoldo de ser el responsable de todas las desgracias de la casa, del pueblo y de
               la humanidad, incluyendo la temporada de sequía.


               Eso evidentemente era una exageración aunque sí reconocí que Leopoldo se
               había vuelto algo rebelde. Esta vez tampoco le ordené que atacara a mi tía,
               ¿entonces por qué lo hizo?


               Supuse que era mi culpa por enseñarle a hacer solo maldades y para contrarrestar
               se me ocurrió darle al espectro un libro decente, el Manual de Carreño de
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