Page 29 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Mientras, mi madre intentó sacar a Leopoldo de la casa y aplicó las recetas que

               ahuyentan a los fantasmas. Tal vez has escuchado algunas, como poner en las
               ventanas lazo bendito de San Francisco, tapizar las puertas con estampas de San
               Ignacio o comer salchichas en ayunas. Solo nos faltó conseguir un sacerdote,
               pero para esas alturas, en medio de la guerra, hallar a un religioso era más difícil
               que encontrar a un psicólogo especializado en fantasmas. Todos los esfuerzos
               resultaron inútiles, Leopoldo ni se fue de la casa, ni regresó siquiera el aroma a
               calabacitas.


               Lo peor vino cuando la gente se enteró de que mi mascota fue la responsable de
               los robos y todos llegaron a reclamarme. El capataz Celio Cepeda exigió la
               devolución de su cabello, ¡y lo quería tan largo como para hacerse coletas!; Lore
               ordenó que le regresaran las ciento catorce pecas que la hacían lucir tan bonita;
               mi tía Tacha fue menos exigente al pedir por lo menos un poco de color en las
               mejillas. Y como nunca faltan los aprovechados, muchos inventaron que
               Leopoldo les había quitado mil monedas de oro, un anillo de diamantes y hasta
               un boleto de la lotería premiado.


               Creo que Leopoldo se ofendió igual que yo porque al día siguiente Sombrerete
               amaneció lleno de descoloridos y desombrados, es decir gente sin, con media y
               hasta con un cuartito de sombra. Los pobladores pasaron de la indignación al
               pánico. Entonces a alguien se le ocurrió llamar a unos brujos para sacarnos a
               Leopoldo y a mí de la ciudad. El primero en llegar fue Teodoro Mataconejos, el
               famoso curandero del pueblo de Chalchihuites, después arribó el adivino
               Filomeno Dosdientes, de Rancho Grande y al final nos visitó la yerbera Damiana

               la Ruda de San Pascual… pero después de hechizos, bailes y hasta un té
               buenísimo para asentar la panza, todos los brujos decidieron irse, no habían oído
               hablar del espectromex y por si las dudas, tampoco querían hacerlo enojar.


               Una semana más tarde Sombrerete parecía deshabitado, la mitad de los
               pobladores se untaban hollín para darse color y la otra mitad hacía todo lo
               posible para ocultar que no tenían sombra. Eran demasiados problemas y una
               madrugada me escapé de mi casa, llevaba una maleta con dos mudas de ropa y
               mi pijama de ositos. Pensé que si me iba lejos, Leopoldo dejaría de andar
               robando el color y las sombras ajenas.


               Había caminado unos diez minutos por la sierra cuando escuché una voz:


               —Así no vas a remediar nada…
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