Page 28 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Llevamos a mi padre a su habitación y a la luz de un quinqué comprobamos la

               gravedad del daño.

               —¡Estuvo haciéndole algo a tu sombra! —exclamó mi madre y agregó aún más
               asustada—: ¡Y se llevó la mitad!


               Cierto. Mi padre solo proyectaba sombra de sus piernas y de un trocito de la
               cintura, después de eso no había nada.


               —Tal vez si usa sombrero la gente no lo notará —dije por decir algo.


               —No digas simplezas. Todo esto es por tu culpa.


               Después del regaño, mi madre se dirigió a mi padre con cara de preocupación:


               —¿Estás bien, querido?


               Pero mi padre ni siquiera respondió. Estaba mal. Le entraron una fiebres tan
               fuertes que le quemaron la punta de las orejas y al minuto siguiente las manos se
               le enfriaron tanto que convertía en hielo el agua con solo tocarla. Parecía tan
               débil que pensé que en cualquier momento se convertiría en un charquito de
               nada. Mi madre y yo nos turnamos para cuidarlo y vigilar que Leopoldo no
               entrara a llevarse la sombra restante, era lo único que lo mantenía con vida.


               —Solo espera que tu padre se reponga para que te dé una buena paliza —me
               amenazó mi madre limpiándose las lágrimas.


               No pude ocultarlo, yo tenía la culpa de todo, y confesé el asunto de la activación
               del espectro y las demás travesuras.


               —Pero nunca quise hacer daño. —También empecé a llorar—. Voy a devolver
               todo… incluyendo el aroma a repollo de la cocina.


               Mi madre dudó entre abrazarme por mi franqueza o darme unos buenos azotes,
               pero al final eligió la primera opción. Tal vez imagines que aquí se acaba el
               cuento, que había entendido la lección y todo eso… pero no. Aún venía lo peor.


               Para empezar Leopoldo no quiso devolver nada ¡era su colección privada de
               porquerías!, y cuando intenté romper la cerradura del maletín lo atravesé como si
               fuera de vapor. Era evidente que solo el espectro podría abrirlo.
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