Page 134 - Llaves a otros mundos
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Ana caminó hacia la escuela, con ganas de que el día pasara lo más rápido
posible. En el trayecto se topó con Adriana, una compañera de su grupo con la
que había empezado a llevarse. Iba saliendo de su casa, junto a una papelería
donde se vendían muchos osos de peluche.
—Hoy es el día, ¿verdad? —dijo Adriana.
Ana lo confirmó con una sonrisa.
En la esquina, donde había una lavanderíatintorería, se encontraron con el resto
de sus compañeros. Caminaron juntos hasta la entrada. Ana saludó con interés a
uno de ellos.
—Oye, Julián, ¿tu papá sí viene hoy?
—Sí, Banana, en la tarde, en el kínder nos vemos todos. Tranquila.
Al escuchar la confirmación, Ana aplaudió con alegría.
Las clases transcurrieron lentas, pero Ana se dio el tiempo de contestar bien una
pregunta en matemáticas, hacer una presentación en historia y ganar un partido
de volibol.
A eso de las dos de la tarde Adriana y Julián la acompañaron a la zona del
kínder. A Ana le gustaba mucho esa sección, había un árbol frondoso y un
arenero muy grande.
En él jugaba un niño de cuatro años. Afuera lo veía un señor alto y de lentes
oscuros. En las manos llevaba un bultito que Ana amó desde el primer momento
en que lo vio.
—¡Qué bonito! —exclamó Adriana.
—Sí… es el más bonito de la camada —dijo el papá de Julián.
Ana lo tomó: un cachorro schnauzer, de ojos enormes y pelo gris. De vez en
cuando se le salían unos gemiditos de extrañar a su mamá.
—Hola —le dijo Ana. Le vio los bigotes y la barba del hocico—. Te extrañé.