Page 129 - Llaves a otros mundos
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—Porque ya no nos amamos.
—¿Y también me van a dejar de amar a mí? —preguntó Ana con voz trémula.
—¡Jamás! —le aseguraron, y se acercaron a su hija.
—¡Ya muérete! —gritaba el brujo desde la misma ventana que Ana tenía frente a
ella, con su volcán fuerte, gigante.
—Hija, Ana, Anita —dijo su padre con todo el cariño—, pase lo que pase,
siempre vamos a estar contigo. Nuestro amor por ti es lo más fuerte que nos ha
ocurrido. Eso nunca cambiará —y en su mirada se notaba cuán ciertas eran sus
palabras.
Las lágrimas se le agolpaban a Ana en los ojos.
—Tengo miedo.
Y, por fin, se le salieron. Lloró todo lo que no había llorado desde que llegó a ese
departamento.
Cuatro brazos la envolvieron. Los tres miembros de la familia que se separaba
lloraron en silencio.
Ana estaba a diez centímetros del suelo. Si hubiera sacado la lengua habría
podido probar la grava de la pista de atletismo. Cerró los ojos ante lo inevitable,
esperando que no doliera.
—Ana, vamos a estar contigo. No tienes que hacer nada ni decir nada. Somos tus
papás y estaremos contigo siempre, aunque sea separados.
Ana, desde los brazos de sus padres, vio el volcán enmarcado en la ventana.
Sintió de pronto una ola de calor que le crecía desde el corazón, como si el
volcán le transfiriera su calor, y que a cada segundo se intensificaba. Sentía que
por sus venas corría piedra derretida y que en sus manos, brazos y piernas estaba
la fuerza de un terremoto.
Respiró profundo y abrió los ojos. La pista de atletismo estaba frente a ella, pero
ya no tenía miedo de caer. Tranquila, extendió los brazos, se apoyó en la pista y
se incorporó.