Page 126 - Llaves a otros mundos
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—Como supuse, usaron la llave para pasearse por mis mundos, cual turistas que

               salen por primera vez. Me dieron hasta ternura. Inocentemente, estuvieron
               alimentando mi mapa con información valiosísima que serviría para mis fines.
               ¡Pensar que creían que era su bitácora de viaje! Nadie sabe para quién trabaja.


               A Ana no le gustaba que nadie, y menos el brujo, hablara burlonamente de sus
               padres.

               Bruno Rufián ya se había liberado del lodo y se puso de pie.


               —En ese viaje ella quedó embarazada. Fui quien más se alegró con la noticia.
               Porque ese bebé, según me dijeron en el mundo de los profetas y oráculos, era el
               único ser que me podía vencer. Así que solamente debía esperar a que me

               buscara para yo conquistar su mundo. Me disfracé de todo durante tu infancia.
               Hasta de tus papás.

               —¡No! —exclamó Ana angustiada, a punto de llorar. El brujo comenzó a cojear

               hacia ella. Le temblaban las piernas.

               «No es cierto, no es cierto», repetía Ana para sus adentros. Gruesas lágrimas
               pesadas le resbalaban por las mejillas.


               —Cada vez era más fácil engañar a tus papás. Él trabajando en esa estúpida,
               aburrida farmacia. Ella yendo con sus insoportables amigas todos los días.
               Cuando yo invadía su cuerpo, era quien mecía tu cuna, el que te daba de comer y

               te cantaba canciones para dormir. ¡Era tu niñera!

               —¡¡No!! ¡Mientes! —lloró Ana. Ya no podía retroceder más, estaba junto a la

               ventana de su cuarto. Abajo se veía la pista de atletismo vacía. Se cubrió la cara
               con las manos para no ver al brujo, y para que no viera que lloraba. Él se
               acercaba más y más.


               —No es cierto, no es cierto —repetía ella, ahora en voz alta.

               —Podría contarte cualquier cosa de tu vida para que veas que es cierto. De tu
               escondite secreto…


               (Ana recordó: era una puerta pequeña en la parte baja de la alacena.)


               —De tu sabor de helado preferido.
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