Page 122 - Llaves a otros mundos
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«Soy especial porque te voy a ganar», pensó Ana. Por fin, sacó la llave dorada.
Bruno Rufián se hizo visible a unos pasos del refrigerador.
—Hemos recorrido mucho camino. A veces vas detrás de mí; a veces, como
ahora, yo te persigo —dijo el brujo.
Ana vio que Bruno Rufián metía las manos en los bolsillos de su túnica. Sacó de
ellos un puño de polvo negro que, cuando se lo untó y frotó en las manos, se
convirtió en una masa de lodo viscoso. Después levantó las manos abiertas
frente al refrigerador, como si fuera a conjurar un hechizo. El lodo se hizo más
chicloso. Ana cerró la puerta del techo del caparazón y bajó rápidamente hacia
una puerta cercana adonde estaba el buhíto.
—Y esta noche, henos aquí. Y no hay adónde ir. O sales del refrigerador o te
saco.
Ana tenía en una mano a Trece y en la otra a 777. Iba a ser usada por segunda
vez, y parecía que lo sabía porque vibraba con desesperación. El búho también
vibraba, pero de miedo.
—¿Qué escoges? —preguntó el brujo, con una mirada llena de odio. En las
manos ya tenía una bola de lodo; antes que pudiera aventársela al buhíto, Ana
cruzó la puerta.
—¡Escojo eliminarte! —gritó, asomando medio cuerpo fuera del horno de la
estufa. Mostró al aire la llave dorada. La cocina se llenó de luz azul, que corrió
como agua por todo el departamento. Las sombras flotaron un instante y se
hundieron en el río de luz. Era como si un sol estuviera naciendo en el décimo
piso de un edificio oscuro.
—¡Ana! —chilló el brujo—. ¡No me retes! —la bola de lodo se le cayó de las
manos, y atrapó sus pies descalzos. Su báculo cayó a varios metros de él. No se
podía mover—. ¡Nimba! ¡Ven acá! —gritó.
La nube roja se formó de la nada arriba del edificio. Bajó lentamente en espiral,
cubriéndolo todo. Las ventanas se quebraron y en las paredes se hicieron grietas.
La luz azul no pudo salir del décimo piso. Creció y se volvió blanca e intensa. La
nube roja estrujaba más al edificio. La luz empujaba con sus rayos hacia fuera, y
la nube roja lo impedía.