Page 120 - Llaves a otros mundos
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BRUNO Rufián medía alrededor de dos metros. Vestía una túnica amplia color
               azul. Estaba descalzo. Era muy delgado, sus manos y sus piernas mostraban
               huesos con apenas algo de carne, y piel grisácea. Llevaba un extraño báculo,

               delgado y con adornos muy finos. Estaba recargado en el filo de la puerta de
               Ana, recitando con murmullos algo que ella seguía sin entender. Tenía el cabello
               largo y negro, como la melena de un león malvado. Ana vio su rostro de perfil.
               Era el ser más horrible que hubiera visto en su vida. Su boca era muy pequeña y
               esbozaba una sonrisa burlona que lo hacía aún más feo. Sus ojos eran
               completamente negros. Nunca lo vio parpadear. Cuidando no abrir de más la
               puerta de la alacena para que el brujo no la descubriera, prestó atención a lo que
               susurraba. Cuando lo entendió, quedó paralizada.


               —
               AnaAnaAnabananaAnamarcianaAnaAnaAnamarranaAnaAnaAnaAnagitanaAnaAnalacranaAnaAnafulanaAnaAnaAnaAnacaimanaAnaAnaaplanaAnaAnaAnatruhanaAnaAna…


               Su nombre. El brujo la estaba nombrando. Del lado del caparazón de puertas,
               Ana sacudió la llave de oro con destellos blancos y dijo:


               —Quiero que venga un peluche de Felp.


               La llave disparó un rayo de luz a la mano de Ana. Ella sintió cómo la frialdad del
               rayo se hacía cada vez más suave y peluda, y al final se convertía en un buhíto
               de peluche.


               —Mami —le dijo.


               —¡Shhh! Por favor cállate. Me vas a ayudar a vencer al brujo, y para eso tienes
               que guardar silencio. Te necesito para una trampa —con el búho en la mano,
               calculó qué puerta correspondía a donde quería llegar. La abrió. Era la puerta del
               refrigerador.


               La puerta imantada hizo ruido al despegarse, y el foco del refrigerador se
               encendió. Ana vio que Bruno Rufián disimuló no haber visto ni escuchado, pero
               su cuerpo se desvaneció.


               —También sabe desaparecerse, como lo pensé —le susurró al buhíto—. Sostén
               la puerta. Que no se cierre por completo pero que tampoco se encienda el foco
               —y lo colocó sobre unos envases de plástico. El búho la obedeció y siguió
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