Page 123 - Llaves a otros mundos
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Las miradas de Ana y Bruno Rufián se encontraron por primera vez. Ana sintió

               terror cuando esos ojos negros y vacíos la miraron. El brujo enseñó sus afilados
               dientes y sacó de los bolsillos polvos de color blanco. Los frotó con las manos.
               Comenzaron a crujir las paredes y los vidrios. Ana quería meterse en el horno y
               cerrar la portezuela, pero también quería vencer al brujo. Estaba harta de él, de
               las cosas que había provocado. Y ahora que estaba atrapado en la plasta de lodo
               que él mismo había hecho, sintió que tenía una oportunidad para ganarle. Cerró
               los ojos ante la luz cegadora, se cubrió la cabeza con una mano y con la otra
               siguió sosteniendo la llave.


               Los vidrios se reventaron. El río de luz salió expulsado y comenzó a pelear con
               la nube roja, que lanzaba rayos por doquier, pero no conseguía lastimar a la
               espiral de luz, que con cada rayo se hacía incluso más fuerte e intensa. Los
               truenos eran ensordecedores.


               —Muy bien —dijo el brujo. Ana casi no lo oía por el ruido de los truenos—.
               Somos tú y yo, nada más. Ha sido muy fácil conquistar a los humanos. Los tengo
               encerrados por las buenas; no los he matado. Pero tú… tú sí mereces morir.


               En sus manos había formado una llave roja, larga y con muchos picos.


               —Te voy a dejar dar una pelea justa. Llave contra llave, ¿qué te parece?


               Ana seguía dentro del horno. No podía maniobrar mucho, así que lo más rápido
               que pudo se salió de ahí, cerró esa puerta, corrió hacia la primera que había
               usado y entró a su departamento por la puerta principal. El brujo estaba de
               espaldas, y el horno, hecho pedazos. Afuera, seguía la lucha entre la luz y la
               nube. Su técnica había cambiado: la nube ya no lanzaba rayos, sino que ahora
               envolvía a la espiral de luz como si la quisiera asfixiar. La luz se revolvía
               dolorosamente.


               —Aquí estoy —le dijo Ana al brujo. Él solo giró su cuerpo porque seguía
               atrapado en la masa de lodo. En cuanto la vio, apuntó con la llave y disparó
               varios picos de metal hacia ella. Ana se hizo a un lado y los esquivó.


               —¡No huyas, no empieces a ser cobarde! —gritó el brujo. Protegida por un
               mueble, Ana le disparó rayos de luz con la llave dorada. Bruno Rufián los
               eliminó ágilmente con la llave roja.


               —¡Ja! ¿Y esas cosquillitas qué fueron, Ana? ¿Un invento de tu torpe amigo?
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