Page 127 - Llaves a otros mundos
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(«Chocolate con chispas de chocolate», pedía su papá en la heladería de siempre.
El recuerdo era muy real, como si estuviera junto a él y frente al brujo al mismo
tiempo.)
—Del ocho que sacaste en matemáticas.
(Matemáticas, ocho. Esa misma calificación se sacó en la última tarea en su
nueva escuela, con un maestro casi desconocido.)
De Brenda.
(«Estás toda sudada, guácala», le decía su mejor amiga. Podía sentir su abrazo en
la espalda.)
«Concéntrate», se dijo Ana. Le dolían todas las palabras de Bruno Rufián. Le
dolían su papá y su mamá. Extrañaba horrores a Brenda.
—Pero ya no tengo ganas de platicar —continuó Bruno Rufián—. Con que sepas
la verdad basta. Que sepas que estuve ahí, viéndote, conociéndote, preparando
todo para matarte en cuanto tuviera la oportunidad; invadiendo la mente y el
cuerpo de tus padres mientras ellos te decían palabras cariñosas. Qué
convincente, ¿no, hijita?
—¡No me digas así! —gritó Ana. El brujo ya estaba a dos pasos de ella.
—Bueno, ahora que me has ayudado a hacer más interesantes mis mundos,
aproveché para terminar de conquistar este. ¡Maté dos pájaros de un tiro!
Ana se atrevió a quitarse las manos del rostro y levantar la mirada hacia el brujo.
—¿Dónde están ahora?
— Jamás lo sabrás —le contestó, y la empujó. Ana cayó por la ventana.
No le importaba morir, no le importaba nada. Ella estaba sola, sola, y estaba
cayendo con las lágrimas resbalándole. El vértigo, diez pisos, nueve. «El brujo
ganó, siempre ganan los malos. Papá, papá, ¿dónde estás?; mami, ¿por qué no
vienes a abrazarme, a decirme que esto es una pesadilla?» Ocho, siete pisos, y la
llave en sus manos comienza a brillar. «Bruno Rufián me quitó todo, me quiero
morir, quiero ir con mis papás.» Cinco, cuatro pisos. «Parpadeo y tengo a mi