Page 125 - Llaves a otros mundos
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—No puedo. Debo eliminarte, porque siempre serás una amenaza


               —No, Ana. Por favor no lo hagas. Te conozco muy bien y sé que en tu corazón
               existe el perdón, la compasión. Ayúdame.


               —No me conoces bien —contestó Ana—. Solo porque mis papás encontraron
               una llave que ni siquiera era tuya, no significa que me conozcas.


               —Te equivocas, Ana —dijo Bruno con una mueca malévola y burlona—. Te
               conozco de toda la vida.


               —¿Qué? —se sorprendió Ana.


               —No solo soy, como dicen, «el brujo». Se supone que soy el guardián de los
               mundos que visitaste. Pero nunca me gustó ese puesto. Ni siquiera me
               preguntaron si lo quería, simplemente ocurrió. Todos los habitantes de los
               mundos me caían mal; siempre me han dado mucha flojera. Son tan básicos, tan
               elementales…


               Ana no sabía si seguir escuchando o eliminarlo de una buena vez. Pero sentía
               curiosidad por saber qué le iba a decir a continuación Bruno Rufián.


               —Así que un día logré cruzar a tu mundo. Era exactamente lo contrario. Un
               reino de complejidad, de complicación. No sabía qué sucedería entre un instante
               y otro; eso me fascinó. Por eso armé un plan para hacer mis mundos parecidos al
               tuyo.


               »Primero engañé a un joven cerrajero. Me hacía invisible y desde arriba de su
               cueva le aventaba los materiales para que forjara las llaves que yo quisiera.
               Pobre, Rocco siempre pensó que «le caían». Después comencé a conquistar
               mundos. Era muy fácil, te digo que hay unos mundos casi sin voluntad. Después
               estuve listo para pasar a la siguiente parte del plan: involucrar a unos habitantes

               de tu mundo para que me ayudaran a conquistarlo. Los encontré en una cueva
               por aquí cerca. Eran recién casados. Les puse de trampa una llave secundaria.

               —No… —gritó Ana, y comenzó a retroceder.


               El brujo aprovechó para incorporarse, sacar de su bolsillo unos polvos blancos y
               pasarlos sobre el lodo.
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