Page 121 - Llaves a otros mundos
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callado, aunque su mirada suplicaba por un abrazo. Ana solo le hizo un cariñito

               y corrió hacia las puertas del caparazón que correspondían a su cuarto. Esta vez
               entreabrió la puerta de su ropero y vio que la computadora ya no estaba.

               —Ana —sonó la voz del brujo en medio de la oscuridad del departamento—, ya

               no luches.

               Ana cerró la puerta del ropero. Debía encontrar al brujo antes que él descubriera
               la trampa. Le pareció que la voz provenía de la sala y corrió hacia otra parte del

               caparazón.

               —No hay adónde ir. Estás en un décimo piso, y solo faltas tú por capturar.
               Compruébalo, si gustas. Sé que estás ahí. Sal del refrigerador.


               «¡Se la creyó!», pensó Ana, asomándose por la rejilla de la videocasetera. «Cree
               que estoy en el refri.» Corrió hacia otra puerta.


               —Esto es entre tú y yo. Puedes recuperar todo, hacer que nada de esto ocurra.
               Date por vencida. Hemos crecido mucho tú y yo, pero debes aceptar que
               llegamos al final de todo. El juego terminó. Sal del refrigerador.


               Ana no contestó ni salió de ninguna parte. Nada se movió en el departamento,
               pero en el otro mundo ella corría de una puerta a otra, descartando los sitios
               donde no estaba el brujo, precisando su localización. La llave 777 le saltaba en el
               bolsillo.


               —Es cuando yo diga —le susurró.


               —La nube roja estará pronto en todos lados, Ana. Sus rayos son poderosos. No
               amanecerá en mucho tiempo, los árboles se derriten y los edificios se hacen
               gelatina. No te miento, sal a comprobarlo. Ahora mismo están llegando mis
               mascotas a la ciudad. ¿Las quieres ver? ¿Mis serpientes aladas, mis toros de

               cuatro cuernos, mi corcel de fuego?

               Ana no se preocupó por las «mascotas». Lo que sí le dio miedo fue lo de la nube
               roja. Había tenido un encuentro nada agradable con ella.


               —Aunque sí, he de confesarte que todo el plan ha salido a la perfección. Solo
               faltas tú. Los dos sabemos por qué eres especial.
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