Page 116 - Llaves a otros mundos
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todos lados. Parecía como si estuviera en el centro de un torbellino. De pronto
vislumbraba destellos de luz a su alrededor y sentía golpecitos en la llave. No
escuchaba más que el ffffuuu raspándole los oídos. Después de unos minutos de
soportar en pie, aturdida y despeinada, el remolino se intensificó e hizo que Ana
girara en sus pies como bailarina de ballet. Ffffuuu, la fuerza del viento era cada
vez mayor, y no pudo evitar marearse. Los parpadeos de luz y los golpecitos en
la llave tampoco cesaban. Cuando estaba a punto de vomitar, el ffffuuu se volvió
un estruendoso rugido y llegó el silencio.
Quiso acostarse en el suelo para recuperarse, solo que no había suelo. Ni cielo.
Ni bosque. Estaba en medio del color blanco. No había junto a ella más que el
caparazón de puertas, todo lo demás era el color blanco. Nada, no había nada.
Sus pasos no se oían. No olía a nada, no pisaba en nada pero tampoco flotaba.
No quedaba nada.
«Eso significa que todos quisieron ayudarme… o la llave de Rocco es muy
poderosa.»
Para sentirse más segura, tomó a Trece, la llave que conocía a la perfección.
Echó otro vista- zo. No había sol, pero por lo menos el blanco le permitía ver las
puertas que formaban el caparazón. «Si el blanco me hubiera ido también y
quedado solo el negro, me habría muerto de miedo», pensó. Tomó valor y con
Trece, con mucho cuidado para no hacer ruido, entreabrió una de las puertas. Su
plan y su deseo habían funcionado: había abierto la puerta principal de su
departamento.
Ya era de noche en su mundo. De ese lado también había un absoluto silencio,
así que Ana debía moverse lenta y cuidadosamente. Miró con mucho
detenimiento por el pequeño espacio que había abierto, pero no encontró nada
fuera de lo normal, aparte del extraño silencio.
Como un suspiro cerró la puerta. De puntitas, del lado del caparazón de puertas,
caminó hacia otra más angosta; usó a Trece y la abrió con suavidad inaudible.
Era la puerta del ropero del cuarto de su mamá. Revisó la habitación. Nada.
Esta vez escogió una puerta pequeña, por la que no podía pasar pero sí espiar.
Era la puerta del botiquín, detrás del espejo en el baño. Ahí tampoco vio nada,
pero la puerta del baño estaba abierta. A la mitad del pasillo, en el umbral de la
puerta de su cuarto, vio un pie descalzo, con las uñas negras y arrugadas.