Page 128 - Llaves a otros mundos
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mamá enfrente, a mi papá enfrente.» Tres, dos. «La pista de atletismo se ve tan

               cerca, y mis papás me hablan, me hablan: “Ana, Ana”. Un piso. Me voy a morir.
               “Ana, Ana”».

               —¡Ana, te estamos hablando!


               Sus papás estaban frente a ella, en la nueva sala del departamento.


               —Pon atención —pidió su papá—. Elvira y yo hemos platicado con calma y los
               dos estamos de acuerdo en que debemos hablar juntos contigo.


               Ana oía muy lejanas sus palabras. Seguía suspendida, a medio metro del piso,
               afuera de su edificio, en medio de una ciudad destruida y oscura. Pero también
               adentro del edificio, en la sala. Miró a su alrededor. Era la luz de la tarde. El
               volcán camaleón se veía amarillo.


               —Ana, queremos decirte que no tienes la culpa de nada de lo que está pasando
               con nosotros. Tu papá y yo tuvimos un problema y, juntos, decidimos que lo
               mejor sería separarnos. Sabemos que esta decisión te afecta, pero no es tu culpa.
               No es culpa de nadie. Las relaciones cambian, terminan. Un día lo entenderás.


               Ana oía las palabras de su mamá pero también las risas de Bruno Rufián diez
               pisos arriba.


               —Hija, te amamos. Eres el sol de nuestra vida. Siempre te vamos a proteger, no
               queremos que sufras. Simbolizas el amor que Elvira y yo algún día nos tuvimos,
               y ese amor lo vamos a respetar.


               Ana suspiró y vio el volcán a través de la ventana. Estando en dos lugares al
               mismo tiempo, le costó mucho trabajo hablar.


               —¿Entonces sí van a regresar? —les preguntó emocionada.


               —No, Ana. Ya estamos decididos —dijeron los dos.


               Ana sintió que volvía a caer del edificio, bajo la oscuridad; que la mirada del
               brujo la empujaba desde el décimo piso.


               —¿Por qué no?
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