Page 131 - Llaves a otros mundos
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volcán regresó a su estado normal. Solo se oyó, apenas, un ssssss parecido al
sonido del aceite caliente.
Ana sonrió. Las nubes que oprimían la ciudad comenzaron a disiparse. Caminó
de regreso a su casa. Cada paso que daba le hacía volver gradualmente a su
tamaño normal.
Cuando llegó a su casa, el sol estaba en el horizonte. Le daba al volcán camaleón
un tono anaranjado muy bonito. Rocco la estaba esperando en la entrada del
edificio.
—Nos salvaste a todos —le dijo, y se abrazaron.
Entraron al edificio. El departamento seguía a oscuras. Olía a quemado. Los
muebles astillados se revolvían con las paredes derrumbadas.
Ana abrió la puerta del refrigerador y encontró al buhíto, sosteniendo la puerta y
tiritando.
—Ay, discúlpame, me olvidé completamente de ti.
El búho solo contestó con un par de estornudos y su habitual «Mami».
Rocco se asomó por la ventana.
—Ana, ven a mirar.
Como un video de demoliciones de edificios en reversa, la ciudad comenzaba a
reconstruirse sola y a gran velocidad. Las calles y los automóviles reaparecieron,
el polvo se esfumó. Las áreas verdes se liberaron de un color pardo que las hacía
verse fantasmagóricas, y la ciudad en conjunto recuperó brillo y personalidad.
Cuando la ciudad estuvo lista, aparecieron las personas. Primero los niños
corriendo antes de ir a la escuela. Luego los automovilistas neuróticos, los
paseadores de perros y los que iban al mercado. Gente sonriente, malhumorada,
enamorada, triste: gente viva. Rocco miró hacia abajo y vio a los ancianos en
ropa de colores llamativos echando carreritas. Le dieron ganas de participar.
Iba ganando una carrera de 400 metros planos cuando Ana lo llamó. Rocco se
disculpó con sus adversarios, coqueteó con dos ancianas y se acercó a ella.