Page 36 - Llaves a otros mundos
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—¡Ana, a comer! —se oyó del otro lado de la puerta.


               —Voy —gritó.


               Cerró la computadora. Se paró frente a la puerta. Tenía la oportunidad de usar la
               llave por primera vez o de comer un apetitoso guisado de pollo. Decidió dejarlo
               a la suerte. Si metía la llave en la puerta y no pasaba nada, comería y ayudaría a
               su mamá a recoger los platos. Si pasaba algo, desearía encontrarse con su papá.


               Sujetó con fuerza la computadora con el brazo izquierdo y la llave con la mano
               derecha. Dio un paso largo hacia la puerta, metió la llave en el cerrojo y la giró.


               Una montaña rusa sin asientos ni aire ni gritos. Un vértigo blanco, una caída
               libre hacia ninguna parte. El descenso por una especie de túnel negro con
               espacios en blanco. Ningún viento golpeando su rostro. Solo sentía el estómago
               sumido y ganas de llorar. Quiso gritar pero nada salía de su garganta. Entonces
               solo pudo apretar la llave.


               Cerró los ojos y dejó que todo pasara. De pronto se encontró en un campo de
               pasto. No había nada más que pasto a su alrededor, sin árboles ni flores. Solo
               pasto y un cielo gris, sin sol.


               —¡Papá! —fue lo primero que se le ocurrió gritar.


               Pero su papá no estaba ahí. Ella estaba sola, sola. Había escogido dejar su casa y
               la sazón de su mamá para detener a un brujo en la conquista de su mundo. En su
               cabeza sonaba como una idea incoherente por un lado y como una misión
               imposible por el otro. Pero en su corazón sabía que estaba en el lugar correcto,

               que girar la llave había sido un paso enorme para encontrarse con el dichoso
               Bruno Rufián.

               Comprobó que conservaba la llave y la computadora, las sujetó bien con cada

               mano y comenzó a correr. Primero hacia la derecha. Después regresó al punto
               donde había aparecido. Corrió hacia la izquierda, hacia atrás, hacia ningún punto
               en específico. No había ninguna referencia por la que pudiera orientarse. Ni
               siquiera una pequeña loma, una hierba más alta o un destello más fuerte en el
               cielo. Corrió hasta que le resultó difícil dar un paso más.


               Oyó un silencio pesado. Estaba exhausta por tanta emoción. El paisaje infinito
               de pasto y cielo comenzaba a inquietarla. Puso con cuidado la computadora en el
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