Page 34 - Llaves a otros mundos
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AL DÍA siguiente, Ana y su mamá fueron caminando a la nueva escuela. Según
               la directora de la primaria, Ana tendría que hacer un examen de admisión y en
               dos días más estaría tomando clases de manera regular. Les habían dado un

               recorrido por las instalaciones. La escuela era grande, pero estar rodeada de
               edificios altos laachaparraba.

               Ana no vio nada especial. Solo era una escuela más y ya. Los salones, los

               maestros y hasta la cafetería le parecían iguales a todos. Caminaron por un
               pasillo lleno de casilleros. Ana lo recorrió lentamente. Recordó las cajas de su
               mudanza. Se preguntó qué habría en cada casillero y se imaginó abriéndolos uno
               por uno, encontrando sorpresas inesperadas.


               Ana y su madre no hablaron mucho, ni en el camino de ida ni en el de regreso.
               Avanzaban en medio del ruido de la ciudad. Ana recordó todas las vacaciones en
               que había viajado a la capital: las mañanas frías y los anuncios espectaculares,
               los parques de diversiones y las calles enormes, ella caminando en medio de sus
               padres, los tres tomados de la mano. Preguntaba qué era ese tren anaranjado, o
               los organilleros, o los concheros reunidos alrededor de un tambor, o por qué
               había tanta gente. Y sus padres le contestaban todo con cariño y paciencia.


               No podía evitar comparar aquellos días de vacaciones con el momento actual,
               caminando junto a su mamá. Separadas por medio metro de silencio, las dos
               sabían que había una conversación pendiente. La de él. Él, de quien su esposa
               huyó, y él, a quien su hija comenzó a buscar desde ese mismo día. Pero ninguna
               hablaba. Así subieron las escaleras, abrieron la puerta y fueron hacia la pila de
               cajas a medio desempacar.


               Ana no tardó en encontrar el disco de los Doors, mientras su mamá preparaba un
               guisado de pollo y jitomate. Se encerró en el baño para que su mamá no la
               molestara y conectó la computadora. Una lucecita verde se encendió en un borde
               del teclado, y la pantalla se puso en blanco. «¡Funcionó!», pensó llena de alegría.


               Después abrió la caja del disco. Le quitó la parte de atrás y la vio: una llave de
               piedra, rasposa al tacto, pesada para sus cinco centímetros de largo, entre gris y
               carbón, pero con unos destellos finos. La estuvo observando durante un buen
               rato.


               —Quién sabe a dónde has llevado a mis papás —le dijo a la piedra—. Por tu
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