Page 30 - Llaves a otros mundos
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pared.


               —Te espero aquí. No tardes.


               Ana sonrió.


               —No voy a tardarme. La encontré hace ratito.


               Creyó que Mario Alberto se iba a poner muy contento, pero tan solo abrió los
               ojos un poco más de lo que le permitía su condición anfibia.


               —No la prendiste, ¿o sí? —preguntó.


               Ana no pudo responder que no porque en ese momento entró su mamá.

               —¿Con quién hablas? —le preguntó, y en eso vio una asquerosa rana detrás del

               escusado.

               —¡Una rana!, ¡qué asco! —gritó.


               Con una escoba comenzó a intentar darle al batracio, que brincaba de aquí para
               allá, mientras Ana también gritaba:


               —¡No, no le pegues!


               Pero su mamá no hacía caso y no tardó en arrinconar a la rana, que en un acto de
               desesperación se lanzó adentro de la taza. El agua salpicó, y la mamá de Ana le
               jaló.


               Ana ya ni siquiera gritó. Dos veces en dos días había perdido a su padre, y las
               dos veces por culpa de su madre. La miró con rencor.


               —Te pedí que no le pegaras —le reclamó.


               —No le pasó nada. Las ranas pueden arreglárselas en el agua. Simplemente la
               mandé muy lejos. Ahora apúrate, que mañana vamos a inscribirte a la nueva
               escuela.


               ¿Qué se suponía que iba a hacer la niña? Si la rana era su padre y si era tan grave
               el peligro que corría el mundo de Ana, no podía quedarse ahí, soportando el mal
               humor de su mamá y viviendo una vida chiquita en un departamento de la gran
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