Page 38 - Llaves a otros mundos
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—Sí, pesas mucho —dijo una voz hueca y rasposa.


               Ana comprendió que el pasto hablaba cuando recibía viento y se le acercó lo más
               que pudo.


               —Perdón, no sé cómo llegué aquí, me iré en cuando sepa qué camino tomar.
               Fíjese que estoy buscando al brujo Bruno Rufián, tengo que impedir que
               conquiste mi mundo —dijo Ana con voz fuerte, y sopló.


               —Estás lejos de cualquier parte —respondió el pasto—. Con gusto te llevaré a…


               —¿Adónde? —preguntó Ana y sopló.


               —A Coroco. Ahí hay seres pesados como…


               —¿Como quién?


               —Como tú. Vete ya, que pesas mucho.

               —Sí, pero dígame, señor pasto, ¿hacia dónde debo ir? —lo interrogó y sopló.


               —Yo te llevaré. Dame todo el viento que tengas.


               Ana no supo a qué se refería.


               —¿Cómo? —preguntó y sopló.


               —Haz lo que estuviste haciendo, pero más fuerte, y recuéstate.


               Ana creyó comprender. El pasto quería una gran ración de viento. Inhaló todo el
               aire que pudo contener en los pulmones y sopló. Escuchó una ligera expresión de
               placer bajo sus pies. Entre el pasto se formó una especie de víbora, que comenzó
               a mover las hojas a su alrededor. Después la víbora creció y se puso a girar
               alrededor de Ana. Pronto todo el pasto a su alrededor vibraba. Cientos de
               víboras-pasto se movían de aquí para allá. En un momento juntaron sus
               movimientos, se alejaron un poco de Ana y con fuerza regresaron hacia ella.


               —¡Acuéstate ya! —le dijo apurado el pasto.


               Ana había quedado maravillada con el espectáculo, pero el pasto le hizo
               reaccionar y de inmediato se acostó.
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