Page 37 - Llaves a otros mundos
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suelo, metió la llave en el bolsillo de su blusa y se recostó; sin darse cuenta se

               quedó dormida.

               La despertó un cosquilleo en la mejilla sobre la que se apoyaba. Se rascó y quiso
               seguir dormida, pero la cosquilla se transformó en comezón y de la cara se

               extendió a todo el costado del cuerpo sobre el que yacía. Se rascó más y más
               fuerte, pero la comezón continuó. Pensó que un insecto se le había metido entre
               la ropa y se paró para sacudirse toda. El picor cesó, excepto en las plantas de los
               pies.


               Ana estaba segura de que era alguna especie de hormiga enojada. Se agachó y
               buscó entre el suelo para comprobarlo. No encontró ningún insecto. No veía
               ninguna muestra de vida ni tampoco podía dormir. Ana suspiró.


               —¡Pesas! —dijo una voz hueca.

               Ana se levantó, nerviosa. No había nadie alrededor, pero la voz se había oído

               muy cerca, como si alguien le hubiese hablado al oído.

               —¿Quién dijo eso? —gritó—. ¿Hay alguien ahí? —preguntó, temiendo que le
               respondieran.


               Pero el silencio en el lugar era tal que Ana podía oír con claridad el movimiento
               de los pliegues de su ropa, su propia respiración y los latidos estremecidos de su
               corazón.


               Decidió sentarse otra vez; debía poner atención y mirar a todos lados, vigilante.
               Después de unos minutos, nuevamente sintió comezón, pero ahora en las nalgas.

               Se levantó, y mientras se rascaba recordó las palabras de la rana, cuando le
               platicó de la llave: «Todos tenían reglas muy diferentes a las nuestras».

               «Si en otros mundos las reglas son otras», pensó Ana, «aquí nada es igual, y si

               alguien aquí me dijo que yo pesaba, ese alguien es…» y se agachó para ver el
               pasto. Era un pasto como el de su mundo, verde y con hojas delgadas.

               —Señor pasto, ¿le peso? —preguntó Ana con educación.


               Pero no obtuvo respuesta. Ana toqueteó varios pedazos, se arrastró, gritó… y
               nada. Suspiró.
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