Page 43 - Llaves a otros mundos
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En eso recordó: la computadora. Quizás ahí encontraría alguna pista. Se
acomodó en una raíz, abrió el aparato y lo encendió. En el monitor apareció:
CARGANDO MAPA.
Ana escribió: COROCO.
La búsqueda tardó unos diez segundos y apareció el cuadro que Ana quería ver:
Nombre: COROCO
Este mundo de cielo siempre gris es habitado, hasta donde sabemos por la
investigación, por dos clases de seres: el pastodonte, que cubre el 99.99% del
mundo explorado, y el coroquita, árbol de la familia de las coníferas parlantes
que da nombre al mundo. El primero es una especie de césped, aparentemente
inanimado, pero en realidad es un ser inteligente que gusta del viento. De hecho
aquí el viento no existe y el explorador debe proporcionárselo a manera de pago
por un favor, concretamente el transporte a la única puerta.
A coroquitas y pastodonte les gusta imponer retos al explorador, quien deberá ser
incluso más inteligente que ellos, pues este mundo tiene una sola puerta.
Ana leyó las instrucciones del mapa y decidió apresurarse.
—¡Coroquitas, estoy a su disposición. Solo les pido un pequeño favor: que me
muestren la puerta.
Vio que los árboles formaban figuras extrañas con sus ramas y hojas. Eran
figuras caricaturizadas de ella misma. Las interpretó así: según el dibujo de las
ramas, Ana debía cumplir las órdenes de los árboles para que estos la dejaran
acercarse a la puerta. Si fallaba, viviría para siempre entre las copas de algún
coroquita, convertida en chango y saltando de aquí para allá. Esa era la
condición de los árboles.
Cansada después de tanto traqueteo, dudó un poco. Tenía hambre y sueño. Pero
era obvio que en Coroco no podría ni dormir ni comer tranquilamente. Así que
mientras más rápido se fuera de ahí, mejor.