Page 46 - Llaves a otros mundos
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Ana. Del suelo surgieron más árboles, igual de grandes y pintorescos. Coroco

               tenía un bosque respetable, fascinante.

               Las hojas de los árboles nuevos amortiguaron la caída del disco-sol. Ana lo tomó
               con facilidad y revisó que no hubiera en él rayones peligrosos; no había ninguno.

               Lo insertó en la computadora y se sentó a mirar el espectáculo.

               Cuando Coroco dejó de crecer, Ana se levantó.


               —¡Qué bosque tan guapo! —exclamó.


               Las cortezas adquirieron un tono rosado, como avergonzadas. Ana sonrió.
               Coroco nunca vio un sol verdadero, pero la estrella pequeña y efímera que ella
               había armado fue suficiente para que la vida del bosque surgiera en todo su
               esplendor.


               —¿Ya puedo ver la puerta?


               Las copas de los árboles se revolvieron, pero estaban tan altas que Ana no pudo
               ver los dibujos armados por las ramas.


               —¡No entiendo!


               Entonces junto a ella cayó un melón enorme, del tamaño de una pelota playera.
               Por la caída se había abierto en dos. Ana se acercó y vio con sorpresa que en una
               mitad del melón las semillas formaban palabras: «Todabía nos deves un deseo».


               Lo leyó con todo y faltas de ortografía. Pensó que tal vez así se escribía en ese
               mundo.


               —¿Cuál es el deseo? —gritó.


               Pronto cayó junto a ella una guayaba del tamaño de un melón. Sus semillas
               decían: «Queremos biajar»


               —¿Viajar?

               Ana se imaginó a todos esos árboles montados en un avión, en una bicicleta o en
               un autobús. Era una imagen divertida, pero improbable.
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