Page 45 - Llaves a otros mundos
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Las ramas contestaron dibujando a Ana con una cola de chango para mostrarle
que, si no lo hacía, ya sabía lo que le esperaba.
Ana se sentó para pensar un momento. Sí que eran difíciles esos retos. Con lo
bien que la pasaba en su casa vieja, con su recámara amplia, y con las miradas
arrugadas de sus abuelos y las tardes interminables con Brenda. ¿Qué tenía que
estar haciendo ahí, en un lugar como Coroco, en busca de una rana que, en una
de esas, ni siquiera era su papá? Era una lata estar soportando burlas de árboles y
retos absurdos. Pero si quería recuperar su vida de antes tenía que terminar con
este asunto, para después terminar seguramente con algún otro. «Poquito a
poquito», se dijo, y respiró. Era increíble que estuviera ahí, todo por una rana,
una llave y un disco…
¡El disco! Ana se levantó de golpe. Tenía un plan. Era lo único a la mano, pero
con suerte funcionaría. Tomó la computadora y sacó el disco que había en la caja
de los Doors. Inmediatamente en el monitor apareció un fondo blanco y la orden:
INSERTE DISCO.
—Espérame, ahorita te lo devuelvo —le dijo a la computadora.
Se sintió rara, hablarles a cosas sin ojos le comenzaba a afectar.
Sacó la llave de su blusa. Seguía igual de brillante y áspera. No resplandecía
como ella esperaba, pero sí lo suficiente para engañar a los árboles engañadores.
Con el disco y la llave, caminó fuera de la isla. Miró hacia arriba: parecía como
si una nube gigantesca y gris cubriera todo el cielo. Ana pensó en sus papás.
«Ayúdenme», pensó, y lanzó el disco hacia el cielo.
El disco avanzó rápidamente entre los aires. Ana tenía poco tiempo y pocas
posibilidades de dar en el blanco. Debía enseñar el sol antes de ponerse alerta
para atrapar el disco de regreso y que el mapa no se destruyera.
Los destellos de la llave eran débiles pero vivos y penetrantes. Ana apuntó los
rayos hacia el disco. Como este se movía a gran velocidad, Ana fallaba y fallaba.
Pero cuando dejó de elevarse y comenzó a descender, un fulgor lo alcanzó.
El disco se volvió un sol tenue. Más que sol, era una sombra amarilla. Pero fue
suficiente para que los árboles de Coroco se comenzaran a transformar.
Crecieron diez, veinte veces más. En sus ramas nacieron flores de colores
fosforescentes y las raíces quedaron tan gruesas como un edificio del mundo de