Page 44 - Llaves a otros mundos
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—¡Acepto! —gritó.


               Las ramas dibujaron a Ana haciendo movimientos extraños, como de marioneta.


               —¿Quieren que sea su títere? —preguntó Ana un poco molesta.


               Las ramas le dieron a entender que sí.


               —Está bien, estoy lista —dijo Ana.


               Las ramas dibujaron la caricatura de Ana parándose de cabeza y moviendo los
               pies. Ana lo hizo. Cuando se puso de pie, oyó nuevamente las risitas calladas.
               No les hizo mucho caso.


               —¿Qué más? —preguntó.


               Los coroquitas hicieron que Ana diera vueltas de carro, que bailara una especie
               de samba, que saltara para atrás alrededor de la isla, y que girara y se arrastrara
               como gusano. Cada vez que terminaba de hacer lo que ellos querían, oía aquella
               risa molesta. Y mientras se ensuciaba de tierra actuando como lombriz, la risa se
               volvió carcajada. Ana tuvo suficiente y se levantó.


               —Ya, ¿no? Ya estuvo bueno —gritó.


               La carcajada se apagó.

               —¿Cuál es la segunda voluntad, árboles?


               Las ramas no se movieron. Ana supuso que los coroquitas no habían pensado en
               las otras órdenes y que con la primera tendrían suficiente entretenimiento. Pero
               los árboles no dejarían ir a tan graciosa changuita así como así. Le tenían

               preparado un reto verdaderamente difícil, casi imposible de alcanzar. Las ramas
               se comenzaron a mover y dibujaron a los árboles. A todos ellos. Los detalles
               eran muy meticulosos, tanto que Ana creyó ver un lienzo pintado por las manos
               de un gran artista. Sobre los árboles, las ramas dibujaron un círculo grande, con
               destellos irregulares que se movían. Ana comprendió que querían ver el sol.


               Según la bitácora de la computadora, el cielo siempre era gris.


               —¿Cómo quieren que les enseñe el sol? ¿De dónde lo saco? —preguntó Ana.
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