Page 48 - Llaves a otros mundos
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—Ahora, si son tan amables, háganme el favor de darme…


               Ana no pudo seguir porque comenzó una lluvia de todo tipo de plantas, semillas
               y frutas, de todos colores y tamaños. Caían en tal cantidad que pronto la
               cubrieron por completo.


               Las frutas eran lo suficientemente grandes para que Ana quedara atrapada entre
               ellas. Como pudo, metió la mano entre las frutas y hurgó en el suelo hasta tomar
               la computadora. Después, trabajosamente salió a la superficie.


               —¡Dije pequeñas! —exclamó—. ¿Qué no pueden entender unas simples
               órdenes?


               La corteza de Coroco adquirió un tono gris. En ese instante Ana se sintió como
               su mamá. Dejó de gritar.


               —Perdón… Mejor yo paso con cada uno de ustedes y me dan de las semillas que
               acaban de lanzarme.


               Así lo hizo. Llenó la bolsa de dulces, los tres bolsillos de su pantalón y los de su
               blusa.


               —Listo. ¿Ya puedo ver la puerta? —preguntó, algo impaciente.


               Las copas de los árboles se agitaron; en seguida Ana sintió que algo temblaba
               bajo sus pies. La tierra comenzó a revolverse. Ana se subió rápidamente en una
               raíz y vio que se había formado un agujero del tamaño de un hombre. El temblor
               se intensificó, y Ana escuchó rugidos en las profundidades de la tierra. Se asomó
               al hoyo y vio cómo surgía una pieza de madera negra. Entre la tierra removida se
               veía una puerta tan pulida que Ana se imaginó que podía patinar en ella.


               El terremoto acabó. Ana se bajó de la raíz. La puerta estaba cerrada al ras del
               suelo. Ana sacó la llave de su bolsillo lleno de semillas.


               —¡Gracias, Coroco! —vociferó.


               Junto a ella cayó una sandía, que se partió en dos. En una de sus mitades leyó:
               «Cumple con tu promeza. Vuen biaje».


               —Gracias. Así lo haré —dijo Ana.
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