Page 53 - Llaves a otros mundos
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cubierta de hongos, como si hubiera pasado años bajo los estragos de la
humedad de la cueva. El anciano vestía una vieja túnica gris.
—Conozco también una magnífica tienda de electrónica. Ahí podrías comprarle
una buena protección a tu aparato.
Ana estaba sorprendida y aliviada. Si ese anciano que parecía tener mil años de
edad conocía cosas de su mundo, él le podría ayudar a salvarlo o, si no, al menos
a regresar a casa.
—¿Quién es usted? ¿Conoce el mundo de donde yo vengo?
El viejo barbudo siguió sonriendo.
—Primero dime cómo llegaste aquí.
A ella le daba flojera contar todo lo que le había ocurrido, pero las ganas de
continuar su misión eran mayores, así que se dispuso a explicarle, prendió su
computadora y sacó la llave.
—¡Nueve! —gritó el anciano—. ¡Por fin te encuentro!
—¿Nueve? —preguntó Ana—. ¿Qué es eso?
—Así que tú tenías la llave. Dámela, por favor —dijo el anciano, extrañamente
aliviado.
—No, no puedo dársela, a menos que me demuestre que de verdad es suya. Yo
sé que esta llave era de alguien más.
La computadora había ejecutado el mapa automáticamente, y el anciano parecía
muy interesado.
—Está bien —dijo—. Agárrate.
Comenzó a mecerse en su silla. Ana estaba confundida. El viejo se mecía cada
vez más aprisa y la mecedora crujía peligrosamente. Estaba muy concentrado
yendo de atrás para adelante. Cuando parecía que la madera iba a romperse, la
mecedora dio media vuelta. También la cueva.