Page 52 - Llaves a otros mundos
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TODO estaba oscuro. Las estrechas paredes escurrían agua y estaban cubiertas
de musgo. La humedad era sofocante. Ana siguió caminando entre charcos y a
tientas a lo largo de la cueva. No le importaba mojarse, pues en la caída quedó
empapada. Apenas había puesto a salvo la computadora.
Alzó las manos para ver si alcanzaba la puerta. No pudo. Y las paredes estaban
demasiado resbalosas como para escalarlas. Solo se le ocurrió caminar. Se
percató de que la cueva era muy larga debido al eco que producían sus pisadas.
Estaba exhausta. Había gastado mucha energía desde que atravesó la puerta del
baño en su departamento. Bostezaba y los ojos se le cerraban continuamente.
«Qué cansado y complicado es salvar el mundo», pensó. Estrechaba la
computadora y avanzaba con la cabeza gacha, moviéndose de un lado para otro.
Tropezó con sus propios pies y cayó de espaldas.
—¡Aaay! —se quejó.
Oyó el eco de su voz a lo lejos. El charco sobre el que cayó no tenía mucha agua,
pero estaba muy frío. Sin soltar la computadora, decidió tomar una breve siesta:
ya no le importaba nada. Solo quería dormir…
—No haría eso si fuera tú —escuchó Ana a su lado.
Ella volteó y, con los ojos semiabiertos, vio a un anciano de cabellos y bigote
completamente blancos, mirándola fijamente.
—¿Por qué no? —le preguntó.
—Te puedes resfriar. Y aquí no hay ninguna farmacia cerca.
Ana se incorporó de inmediato.
—¿Farmacia? ¿Sabe qué es una farmacia? —preguntó asombrada: ya estaba
acostumbrándose a los mundos extraños.
—Naturalmente.
El viejo sonrió. Estaba sentado en una mecedora de madera, muy deteriorada y