Page 54 - Llaves a otros mundos
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Ana quedó colgada de cabeza, sosteniendo la computadora. El anciano terminó
de mecerse y quedó abajo.
—¡Qué bien que no te hayas caído! —le dijo—. Aquí, donde tú quieras que sea
arriba, será arriba, y viceversa. Desafortunadamente necesito enseñarte algo. Así
que por favor concéntrate muy bien y camina hacia acá. Mientras sigas pensando
que donde pisas es abajo, no caerás.
Ana suspiró. ¿Cuándo diablos podría dormir? Caminó sobre las paredes
resbalosas de la cueva. Poco a poco se iba acercando al anciano, quien la miraba
atento. Con pasos pequeños, y sin dejar de mirar sus pies para no desorientarse,
llegó junto al viejo. Él rápidamente la cubrió con su capa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ana.
No necesitó respuesta: toda el agua de los charcos que cubrían el piso, que antes
era abajo y ahora arriba, comenzó a caer a chorros gruesos. Si el viejo no hubiera
cubierto a Ana, la computadora se habría arruinado. Cuando el agua dejó de caer,
le retiró la capa. Ana le agradeció con una sonrisa.
—¿Entonces quieres que te compruebe que esa llave es mía? Mira.
El viejo se agachó y metió la mano en una rendija, muy angosta pero que
recorría toda la cueva. Escarbó y sacó una hilera interminable de llaves:
oxidadas, nuevas, grandes y pequeñas, rugosas, brillantes, lujosas, enclenques,
pesadas y ligeras. Ana comprendió que la cueva era un llavero gigante.
—Comienzo a creer que sí es tu llave —le dijo al anciano—. Pero si tienes
tantas, ¿para qué quieres esta?
—Porque es de las pocas llaves maestras que fabriqué y además es una de las
primeras. Verás, toda mi vida me he dedicado a hacer llaves. Tallé todas estas y
las cuido. Pero, como ves, me he vuelto viejo y el Llavero es muy grande. A
veces llegan seres, así como tú, y me roban una, dos, veinte llaves. No hay
problema: son llaves normales, las repongo casi de inmediato. Pero quien me
robó a Nueve la escogió muy bien, sabía que abría todas las puertas.
Quizás la gruta donde ella se encontraba ahora era la misma cueva donde sus
papás habían encontrado esa llave, curiosamente llamada Nueve. Entonces quiso
saber algo que temía preguntar, pero se armó de valor y miró fijamente la cara