Page 47 - Llaves a otros mundos
P. 47

—Ustedes no pueden viajar. Con trabajos se pueden mover…


               En seguida una rama parecida a una mano comenzó a bajar de entre las copas.
               Ana iba a fallar la prueba final, y se la querían llevar arriba para convertirla en
               changa.


               —¡No, no, no, no! ¡Espérense! —exclamó.


               La rama se detuvo. Ana debía pensar rápido. ¿Cómo hacer que los árboles
               viajaran? Su abuela, tiempo atrás, le había dicho que leer libros era como viajar.
               Pero ahí no tenía ningún libro a la mano, solo la computadora, cuya energía no
               duraría siempre, ni tenía cargado ningún programa para leer libros electrónicos
               ni podía usar internet para buscarlos. ¿Podría ella contarles historias a los

               árboles… durante toda su vida? Tampoco era una buena opción…

               La rama avanzó de nuevo hacia ella. Estaba muy cerca; Ana pensó que parecía
               una mano: cinco dedos oscuros con uñas largas, delgadas, con arrugas en la

               corteza… No se le ocurría ningún plan. Por el tamaño del bosque sería difícil
               encontrar al pastodonte y salir flotando sobre él. Además, ¿adónde iría después
               si solo había una puerta en todo el mundo?


               La rama gigante tomó a Ana. Ella sentía cómo la madera rasposa iba apretando
               poco a poco su cuerpo. Contuvo un alarido en la garganta que se transformó en
               lágrimas. Recordó a su papá antes de ser rana y a su mamá cuando era divertida.
               Sus abuelos. Brenda. Su casa vieja y su árbol de tamarindo. Antes de que la rama
               la sujetara completamente y comenzara a separarla del suelo, Ana recordó la
               semilla que la rana le había lanzado por la ventana el día anterior. Cerró los ojos.


               —No puedo llevarlos de viaje a ustedes, pero sí a sus hijos —dijo Ana con voz
               quebrada.


               La mano se aflojó inmediatamente, la soltó y se perdió en el follaje de los
               coroquitas.


               —Sí, árboles, ustedes están muy grandes, pero con todo gusto me llevaré a un
               hijo, ya sea como semilla, flor o fruta, de cada uno de ustedes, siempre y cuando
               sea pequeña.


               Sacó una bolsita vacía de dulces de su bolsillo…
   42   43   44   45   46   47   48   49   50   51   52