Page 36 - El valle de los Cocuyos
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El niño volvió a los árboles y vio que la mochila colgaba de una rama no muy
alta. Se subió al árbol y al alcanzar la rama, esta se quebró. Jerónimo no tuvo
tiempo ni de gritar, unos brazos invisibles lo atraparon en el aire.
—¡Pajarero Perdido! —exclamó el niño con un respiro de alivio.
—Por poco te quiebras una pierna por mi culpa —dijo el viejo.
—No ha pasado nada, no te preocupes —dijo Jerónimo, y añadió—: Es divertido
tener un amigo invisible.
Poco después se pusieron en marcha.
Las lagartijas se paseaban ya por las piedras, recibiendo el sol que a cada minuto
abrasaba el valle con más fuerza.
Caminaron durante horas. Jerónimo acariciaba de cuando en cuando los lomos
de las lagartijas que encontraba a su paso mientras escuchaba con atención los
relatos del Pajarero.
—Una vez —decía el Pajarero Perdido— me encontré con un hombre grande y
fuerte que cazaba aves. Oficio que, como debes suponer, me horroriza.
Discutimos, quise arrebatarle su arma, pero el hombre me dejó sin sentido de un
solo golpe. Cuando desperté me encontré amarrado a un árbol. Esto sucedió casi
al amanecer, pues el cazador empezaba bien temprano su tarea. Cuando el sol
salió, me hice invisible. El hombre, que hacía cinco segundos me había dado la