Page 37 - El valle de los Cocuyos
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espalda para tomar su arma, se volvió, y al ver solo los lazos alrededor del árbol,
se puso a temblar; su cara de sorpresa era tan cómica que no pude contener la
risa y le grité:
—¡Desamárrame! ¡Date prisa!
El pobre hombre se había paralizado de pronto.
—¡Libérame! —volví a gritarle.
Tembloroso, se acercó y me quitó los lazos. Después salió corriendo. Su arma la
dejó allí tirada y creo que nunca más ha vuelto a cazar aves.
Jerónimo, que reía con ganas, le dijo:
—En su lugar, cualquiera habría salido corriendo como alma en pena. Si
Anastasia no me hubiera advertido que te volvías invisible durante el día, me
habrías matado del susto.
Atravesaron el valle y llegaron a las montañas Azules cuando la noche caía. El
valle se vistió de luces. En lo que tarda un parpadeo de lucero, Jerónimo vio
aparecer la figura del Pajarero Perdido. Este tomó de su bolsillo las plumas rojas
y, al acariciarlas, el polvillo rojo dorado se esparció en la noche.
—Son bellas esas plumas —dijo el niño.