Page 42 - El valle de los Cocuyos
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Jerónimo y el Pajarero decidieron pasar la noche a los pies de las montañas
Azules. Se tendieron en la hierba, y estaban allí, mirando el cielo, cuando el
canto de Silbo Brumoso los sacó de su ensoñación.
—El guardián eterno de las montañas Azules —susurró el Pajarero Perdido.
—¿Podremos verlo? —preguntó Jerónimo.
—Tal vez... Él no quiere mucho a los extraños —dijo el viejo.
—¿Por qué? —volvió a preguntar el niño.
—Dice que casi todos los que pasan por sus dominios están desprovistos de
sueños y eso no es bueno para las montañas Azules —respondió el Pajarero.
—Anastasia dice lo mismo de la gente que pasa por el valle —dijo el niño con
tristeza.
—¿Sabrá Silbo Brumoso que tú y yo estamos llenos de sueños? Porque tú debes
de estar lleno de sueños —preguntó Jerónimo.
—Sí, a lo mejor se da cuenta. Silbo Brumoso es sabio y conoce lo que hay en la
mirada de cada hombre —contestó el Pajarero.